dimecres, 4 de juliol del 2018

¿BUENOS O MALOS?



El mayor apogeo de las influencias culturales está entre los 7 y los 12 años de edad. No obstante, se llega a pensar que actualmente es cada vez más temprana la edad a la que la población estudiantil se expone a la televisión y a los dibujos animados, por ello se considera que la influencia de estos medios ejerce su aparición mucho antes, ya desde la primera infancia.
De modo que, todas estas series y los filmes infantiles son productos visuales enmarcados dentro del gran grupo de la Cultura Visual, ya que, forman parte de la cotidianidad, por ello acaban formando parte de la vida de las personas. Todo ello, constituye una parte fundamental de su contexto, por ello no puede quedar en el olvido y no tratarse en las aulas por lo que se considera “falta de tiempo”. Este es uno de los contenidos más importantes durante las primeras etapas de la escolarización a día de hoy. Además, introduciendo estos temas no solo se contribuye a su desarrollo integral y óptimo como personas, sino que también se consigue dotar a las clases de un gran carácter lúdico, atractivo y placentero.
Es habitual comprobar que las criaturas a la vuelta de la escuela infantil acuden corriendo a sentarse en el sofá para no perderse sus series favoritas como pueden ser La patrulla canina  o Peppa Pig. Una gran proporción de estudiantes de Educación Infantil en los recreos interpretan a los personajes y juegan entre pares a sus series favoritas como El pequeño reino de Ben y Holly. Realmente, cuando se están cursando periodos de prácticas escolares como ocurre en el transcurso del curso escolar 2015-2016 y 2017-2018, comportamientos como estos pueden constatarse. Para poder representar estas series, quienes participan en el juego tienen que elegir ser, al menos, los papeles protagonistas y antagonistas (que por norma general rehuyen).

El niño no se identifica con el héroe bueno por su bondad, sino porque la condición de héroe le atrae profunda y positivamente. Para el niño la pregunta no es “¿quiero ser bueno?”, sino “¿a quién quiero parecerme?”. Decide esto al proyectarse a sí mismo nada menos que en uno de los protagonistas. Si este personaje fantástico resulta ser una persona muy buena, entonces el niño decide que también quiere ser bueno. (Bettelheim, 1980, p. 13)

Este colectivo quiere desarrollar el rol de las figuras heroicas de sus historias favoritas, pero nadie quiere interpretar el papel de la maldad que siempre pierde. Esto se debe a que quienes ejercen el mal carecen de atractivo para las criaturas: son seres desagradables a los que nadie quiere acercarse, siempre están haciendo maldades para perjudicar a la sociedad. Por ende, nadie quiere ser o aparentar ser alguien con este panorama vital.
Consecuentemente, las figuras malignas acostumbran a tener finales desastrosos o simplemente nunca consiguen cumplir con sus propósitos. De modo que el mensaje es directo: si alguien no se comporta de acuerdo a unos valores socialmente aceptados, no puede tener cabida en la comunidad en la que se encuentre. Por ello, se tiende a etiquetar de un modo tan bestial a las figuras malvadas, si no, es más probable que la comunidad estudiantil infantil quiera anhelar ser estos seres. Esto se debe a que, en el aspecto material, las figuras perversas tienen vidas que se pueden incluso envidiar: lujos, poderes sobrenaturales insuperables, prestigio, etc., pero carecen de sentimientos positivos y buenos hacia otras personas, no son capaces de amar a nadie más que a su propia imagen.
De manera que, si además de muchos de los privilegios que tienen estos y estas pueden obtener y cumplir siempre sus deseos, inconscientemente se está inculcando la idea de que en esta vida para conseguir lo que se desea solo hay que pensar en uno mismo, optar por el egoísmo, sin mostrar ningún tipo de respeto por los demás.
Otra de las ideas subyacentes a los estereotipos de la maldad es que las personas malas siempre van a serlo y no merecen segundas oportunidades. Así, en un sinfín de productos cinematográficos la maldad es un rasgo de carácter permanente, inmutable. Se quiere transmitir la idea de que en esta vida solo se puede ser o “bueno” o “malo”. Esta polaridad, junto con otros binarismos de género, son particularidades de la sociedad occidental judeocristiana.


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