El mayor apogeo de las influencias
culturales está entre los 7 y los 12 años de edad. No obstante, se llega a pensar
que actualmente es cada vez más temprana la edad a la que la población
estudiantil se expone a la televisión y a los dibujos animados, por ello se
considera que la influencia de estos medios ejerce su aparición mucho antes, ya
desde la primera infancia.
De modo que, todas estas series y los
filmes infantiles son productos visuales enmarcados dentro del gran grupo de la
Cultura Visual, ya que, forman parte de la cotidianidad, por ello acaban
formando parte de la vida de las personas. Todo ello, constituye
una parte fundamental de su contexto, por ello no puede quedar en el olvido y
no tratarse en las aulas por lo que se considera “falta de tiempo”. Este es uno
de los contenidos más importantes durante las primeras etapas de la
escolarización a día de hoy. Además, introduciendo estos temas no solo se
contribuye a su desarrollo integral y óptimo como personas, sino que también se
consigue dotar a las clases de un gran carácter lúdico, atractivo y placentero.
Es habitual comprobar que las criaturas
a la vuelta de la escuela infantil acuden corriendo a sentarse en el sofá para
no perderse sus series favoritas como pueden ser La patrulla canina o Peppa Pig. Una gran proporción de estudiantes de
Educación Infantil en los recreos interpretan a los personajes y juegan entre
pares a sus series favoritas como El pequeño reino de Ben y Holly. Realmente, cuando se están cursando periodos de prácticas
escolares como ocurre en el transcurso del curso escolar 2015-2016 y 2017-2018,
comportamientos como estos pueden constatarse. Para poder representar estas
series, quienes participan en el juego tienen que elegir ser, al menos, los
papeles protagonistas y antagonistas (que por norma general rehuyen).
El niño
no se identifica con el héroe bueno por su bondad, sino porque la condición de
héroe le atrae profunda y positivamente. Para el niño la pregunta no es
“¿quiero ser bueno?”, sino “¿a quién quiero parecerme?”. Decide esto al
proyectarse a sí mismo nada menos que en uno de los protagonistas. Si este
personaje fantástico resulta ser una persona muy buena, entonces el niño decide
que también quiere ser bueno. (Bettelheim, 1980, p. 13)
Este colectivo quiere desarrollar el rol
de las figuras heroicas de sus historias favoritas, pero nadie quiere
interpretar el papel de la maldad que siempre pierde. Esto se debe a que
quienes ejercen el mal carecen de atractivo para las criaturas: son seres
desagradables a los que nadie quiere acercarse, siempre están haciendo maldades
para perjudicar a la sociedad. Por ende, nadie quiere ser o aparentar ser
alguien con este panorama vital.
Consecuentemente, las figuras malignas
acostumbran a tener finales desastrosos o simplemente nunca consiguen cumplir
con sus propósitos. De modo que el mensaje es directo: si alguien no se
comporta de acuerdo a unos valores socialmente aceptados, no puede tener cabida
en la comunidad en la que se encuentre. Por ello, se tiende a etiquetar de un
modo tan bestial a las figuras malvadas, si no, es más probable que la
comunidad estudiantil infantil quiera anhelar ser estos seres. Esto se debe a
que, en el aspecto material, las figuras perversas tienen vidas que se pueden
incluso envidiar: lujos, poderes sobrenaturales insuperables, prestigio, etc.,
pero carecen de sentimientos positivos y buenos hacia otras personas, no son
capaces de amar a nadie más que a su propia imagen.
De manera que, si además de muchos de
los privilegios que tienen estos y estas pueden obtener y cumplir siempre sus
deseos, inconscientemente se está inculcando la idea de que en esta vida para
conseguir lo que se desea solo hay que pensar en uno mismo, optar por el
egoísmo, sin mostrar ningún tipo de respeto por los demás.
Otra de las ideas subyacentes a los
estereotipos de la maldad es que las personas malas siempre van a serlo y no
merecen segundas oportunidades. Así, en un sinfín de productos cinematográficos
la maldad es un rasgo de carácter permanente, inmutable. Se quiere transmitir
la idea de que en esta vida solo se puede ser o “bueno” o “malo”. Esta
polaridad, junto con otros binarismos de género, son particularidades de la
sociedad occidental judeocristiana.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada